miércoles, 6 de julio de 2011

Las cuatro de la tarde

Salir a la calle a las cuatro de la tarde aún no está tipificado como delito. Llegará. Si se le suma un lugar: Parla, una finalidad: ir a trabajar y un mes: julio, la reforma legislativa se vuelve poco menos que urgente. Me iba al curro, decía.

Con el buen humor en el depósito entré al “chino” y compré tabaco. En ningún sitio del mundo hace más calor. No me encendí el cigarro habitual camino al coche, no quería responder a una de mis mayores dudas existenciales un martes cualquiera. No fumé.

No recuerdo muy bien qué peli llevaba en la cabeza. Seguramente iba jugando a los adivinos visionando la mierda de día que me esperaba. Empecé a oír algo al acercarme a la esquina. Alguien cantaba o lo pretendía. El audio iba ganando nitidez. Llegué a su silueta con dificultad. Ya he dicho que eran las cuatro. Será un borracho, es otro idioma, a lo mejor su idioma suena a borracho, o hablar allí se parece a cantar… La silueta se hizo carne. Cantaba, definitivamente cantaba. Una nana. Bueno, no pongo la mano en el fuego pero diría que una nana. La película de ese momento sí la recuerdo. Un padre cantándole a su hija en el otro lado del mundo para que pueda dormir. Suena cursi por todos lados, i know, pero me estoy ahorrando taco de detalles para que Isabel Coixet no se interese en la idea. Fijo que para aquel tipo no eran las cuatro de la tarde.

El día fue una mierda. Y la duda si una llama se enciende cuando la temperatura ambiente es superior a la que se pretende producir.

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