martes, 19 de julio de 2011

Alberto Olmos es un pato


Norma única para la lectura de este post: sustituya la palabra pato por el insulto que más se ajuste a sus necesidades.

Encima escribe mejor que yo. Y lo sabe. Sabe que es un pato, lo otro se lo huele. El sentido del olfato está infravalorado. Lo es porque hay que serlo para escribir Trenes hacia Tokio. Hay que serlo para llevar un blog como el suyo y hay que serlo, más que nada, para que te puedan insultar con tanta libertad que parezca un derecho hacerlo. La ironía de Mr. Olmos es una semilla que no necesita abono ni mantillo. Los enemigos crecen deprisa y se polinizan unos a otros en una glamurosa orgía para mediocres vocacionales. Internet es una eficiente regadera.

Iba a diferenciar entre EjércitoEnemigo y Alberto Olmos. No es buena idea. No tengo el placer ni el disgusto de conocer al segundo. Sólo tendré la desfachatez de pensar que el que se apoya en la barra y el que se sienta frente al ordenador se lo pasan teta cuando se juntan para contarse cómo les ha ido el día. Creo, luego puedo equivocarme. Ya he dicho que no es buena idea.

Si fuera el autor de Tatami, bueno, si lo fuese de El talento de los demás, aceptaríamos barco. Pero el muy pato es el autor de Trenes. El diminutivo es cosa de la empatía. Un puñal que la inspiración le clavó por la espalda. La alarmante cuantía de soberbios, cuerdos y traficantes de literatura catedrática que intentan arrancárselo son una tribu armada hasta los dientes. Organizados como el culo, pero San Judas les proteja de no llevar un cargador de reserva. Se citan algunos domingos para ver quién tiene la semiautomática más grande. Eso he oído.

Pues ya está. Sólo esto tenía que decir después de leer un blog al que llamaremos “Crítica audaz y postmoderna sobre literatura y otros defectos humanos”, donde se hace un caldito con las costillas del tetrápodo. Debe de ser sanísimo para la salud artística matar algo todos los días.

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