jueves, 9 de febrero de 2012

Vuelva usted sobre las seis

-    Cuando lo tenga todo pásese de nuevo por aquí. A eso de las seis.
-    No creo que sepa usted lo que me está pidiendo.
Abrió la boca. Para hablar, creo. Fue derrotada por su sistema nervioso.
-    ¿Sabe lo que me está pidiendo? –Percutí. Me pirra aliterar.
-     Le he dicho que se puede pasar sobre las seis –dijo, armada de contundencia hasta los caninos.
-    No.
-    Cómo que no.
No pongo exclamaciones porque no sé cómo puntuar el grito que abortó.
-    Pues que no, que no me ha dicho eso –repliqué. Supero el miedo con rapidez. Con mucho esfuerzo, también-. No me lo ha pedido, me ha dicho que lo haga. Ha dicho “sobre las seis” ¿qué hora es sobre las seis? En mi idioma, y estudié enfrente de un colegio de pago, eso es entre las cinco y las siete. Pregunte a quien quiera. Mis amigos son el estandarte de esto que le digo. Aunque claro, usted no los conoce. Mejor no les pregunte. Le iba a costar encontrarlos. Aunque con Facebook…
-    Señor, a las seis una de mis compañeras estará aquí. Tendrá su informe y cuando le entregue la documentación, solucionado.
Le había contagiado el miedo en un estornudo de sinceridad excesiva. Hago bien eso.
-    ¿En serio? ¿Ya está? Tengo un estupendo discurso preparado. No es nada fácil. Primero he tenido que predisponerme a discutir con usted. Luego he ensayado en la ducha. Me he vestido y he desayunado un cigarro y un café de ayer. Mientras cagaba –mi desayuno lo pidió a gritos- he vuelto a ensayar. Me he tenido que limpiar después de una ducha. No es una sensación que recomiende. He elegido el coche como medio de transporte y me he plantado aquí. Al conducir también ensayaba. Tras arduo trabajo ha resultado usted desconcertantemente amable. Lo he soportado y he tenido que tragarme mi guión. No sé si me ha visto masticar, pero he tardado un buen rato. Y llegamos a este momento. Va usted, como si nada, y me vuelve a conceder ilusiones y un escenario en el que explayarme con su incompetencia. Eso no se le hace a las gentes de bien.
-    A las seis en punto estaremos encantados de atenderle –dijo a un volumen apropiado. Estupendo para poder escuchar la mini banda sonora que eran sus ojos abiertos hasta la frente.
-    No juegues conmigo, Sandra. A las seis en punto cruzaré esa puerta –finiquité sobreactuando como requería la circunstancia.

Ella puso la mano sobre su plaquita identificativa. La tenía en la teta izquierda. La del corazón. Con un suspiro de profundidad conmemorable me miró mientras cruzaba el umbral que me separaba de morir congelado. Supe en ese momento… Qué va, es coña. Me fui sin más. Como mucho me miró el culo, que con estos vaqueros lo tengo de siete y medio sobre diez. Comí, me eché un siestazo. Me quedé dormido y tengo cita dentro de dos meses.