viernes, 26 de agosto de 2011

Quince minutos de gloria

Llevaba quince días sin fumar. Era lunes. Lunes líder de la segunda quincena de agosto. Apostó a que llegaría al trabajo en menos de veinte minutos y perdió. Apagó el motor y dejó la radio encendida. Sus conocimientos políticos eran residuos de la cadena SER. Votaba al PP. Reclinó el asiento y abrió las orejas. Sólo uno, pensó. Abrió el paquete de tabaco que le tenía que durar una semana. No había vuelto a fumar, no era una prueba. Él no fumaba. Pero volver al trabajo después de quince días leyendo, escribiendo, descubriendo marcas nuevas de cerveza y follando sin que las mañanas le metieran prisa, bien valían unas caladas. Un tertuliano mascaba gilipolleces sobre el adelanto de las elecciones, mientras él engullía humo y escupía los restos entre los deltas de sus dientes. El sol era una bombilla de bajo consumo y la brisa de las nueve un aire acondicionado a baja potencia. Todas las mañanas tienen sus quince minutos de perfección. Habrá que celebrarlo. Se encendió otro mientras preparaba una huída sólida. No hubo suerte. El lunes lo tenía calado desde que compró el paquete en la gasolinera. Quiso poner el contacto, sacó las llaves. Quiso meter la marcha atrás con otro pitillo en los labios, bajó del coche. Quiso salir a la autopista echando ruedas, cogió el uniforme y cerró el maletero. Quería acabar con todo. Acabó.

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